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Pepe Cantillo | Flores para Colliure

Inicio estas líneas con una presentación de los Machado que vivieron en Sevilla en el Palacio de las Dueñas, perteneciente a la Casa de Alba. Dicho palacio alquilaba estancias a particulares. Usar la palabra “palacio” ha dado y sigue dando qué pensar si el lector entra a la brava en dicha familia.



Los Machado son personas de categoría intelectual. El abuelo paterno era antropólogo, médico, catedrático y rector de la Universidad de Sevilla y profesor de la Universidad Central de Madrid (1883) razón ésta por la que marchan a la capital. Como político es defensor del sufragio universal.

El padre, conocido como Demófilo –amigo del pueblo–, abogado y periodista, descuella como folclorista poniendo en valor la cultura popular. Dirige la colección de estudios Biblioteca de tradiciones populares y funda la sociedad El Folclore Andaluz.

Los Machado, como otros intelectuales del momento, eran partidarios de la Institución Libre de Enseñanza. Defienden la libertad de cátedra, el derecho a aprender, a enseñar sin presiones políticas ni imposición de contenidos ideologizados. Pero la historia de la educación pasó de la libertad de cátedra a la rigidez franquista y, de ésta, a una nueva y tímida apertura hasta llegar en la actualidad a un solapado dogmatismo en nombre del progresismo (progresía, progresista).

Como botón de muestra remito al lector a las pegas, imposiciones, adoctrinamientos que en estos momentos asoman el bigote solapadamente con la imposición de unas lenguas frente a otras. En los medios aparecen claros ejemplos. ¿Llegan los comisarios políticos?

Cito para avisar de la piedra puesta en el camino. Héctor G. Barnés, en el libro La ley de las aulas, dice: “Apuntamos hacia el bilingüismo y nos hemos quedado en que ni siquiera somos capaces de enseñar español a los niños de otros países”. Moverse en el buenismo, derrocar el esfuerzo, costará caro.

Otra perla. Andreu Navarra, en el libro Devaluación continua, pinta un panorama negro para la Educación Secundaria: “volvemos a depositar la confianza y la responsabilidad de la educación de nuestros menores en un sistema educativo, que sinceramente, no sé si su objetivo es el de educar o adoctrinar”. Cada cual que saque sus conclusiones y las consecuencias. En estos momentos hay una avidez, tendencia a ¿destruir para construir?, con el agravante de que no conseguimos mejorar la situación social. Sigamos con el tema.

Manuel Machado lleva una trayectoria de creador literario paralela con Antonio. Comparten amigos y producción literaria. Andalucista ante todo, no deja de sentirse atraído por la corriente modernista. Archivero y bibliotecario, será miembro de la Real Academia Española en 1938. Después, los dos hermanos caminan por senderos separados que les conducen, hacia el final de sus vidas, a militar en bandos diferentes.

De Antonio, la primera curiosidad es su nombre completo. Bautizado como Antonio Cipriano José María Machado Ruiz (1875) nace en Sevilla en el seno de una familia, repito, de renombre en el mundo cultural de finales del siglo XIX y muere en Colliure (Francia).

En 1899 viaja a Francia donde conocerá a Rubén Darío, con el que le unió una buena amistad y que influyó en su obra poética. En España se relacionará con Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno y Ramón del Valle-Inclán, entre otros.

Antonio también será un convencido misionero. Según él, la educación y la cultura deben ser para todos sin distinción como elemento de progreso. Durante los años que pasa en Segovia colabora en la Universidad Popular fundada en dicha ciudad.

Catedrático de Francés, su labor docente se desarrollará en distintos centros españoles. En Soria se casa con Leonor Izquierdo (1907) que morirá poco después (1912). Este luctuoso hecho le llevará a pedir traslado al instituto de Baeza (Jaén), y después a Segovia, hasta conseguir plaza en Madrid.

Residiendo en Soria le conceden una beca y marcha a París a estudiar Filología Francesa, estancia que aprovechó para estudiar Filosofía con Henri Bergson, profesor de Filosofía moderna en el Collège de France. En 1918 consigue el doctorado en Filosofía y Letras y será nombrado académico de la Real Academia Española en 1928.

Entre 1920 y 1930 escribe teatro en colaboración con Manuel. Ambos viven unos años entre la creatividad y diversos momentos de asueto, etapa que perdurará en el recuerdo. Por desgracia, la política o las ideas políticas los separará sin misericordia. Antonio es liberal y republicano, Manuel se adhiere a los sublevados, como lo demuestra un poema dedicado a Franco y su “cruzada”. Ruptura familiar.

En estos momentos está ocurriendo lo mismo. Familias separadas, enconadas, rotos los lazos. No aprendemos a respetar ideológicamente al otro, aunque no se compartan sus planteamientos. El comentario atañe a gente conocida, respetada y como no es momento para hablar de ello, lo dejo que madure o que se enfríe o se pudra por el calor del odio. Solo los humanos tropezamos más de dos veces en la misma piedra.

A finales del 36, Antonio es evacuado a Valencia con otros familiares, entre ellos su madre, de la que solo le separará la muerte. Vivirán casi dos años en Villa Amparo, un chalet de la localidad de Rocafort. Las visitas de amigos como León Felipe, Alberti, Neruda, Octavio Paz o María Zambrano le reconfortan en el duro trago antes de partir.

Participa en todo tipo de actividad que promueva la cultura. En 1939 marchará al exilio acompañado de algunos familiares. El final del camino está marcado en Colliure, donde muere al poco de llegar, mientras la República agoniza. Le acompañan su hermano José y la madre, que fallece poco después.

Me hubiese gustado poder escribir sobre Antonio Machado pasando de la Guerra Civil. Ello no es posible porque ésta enhebra parte de su vida y obliga a estas líneas, pero sí me permitirán que hable de un Machado enamorado. Fue un amante empedernido a su manera, de la vida, como así lo refleja en sus versos y de Leonor y de Guiomar, tema que dejo para otro momento.

No siendo un especialista en literatura –y menos en poesía– me limito a citar algunas de sus creaciones. Solo sé que leer a Machado es un placer, un disfrute para los sentidos y la imaginación. Si a ello añadimos el trasfondo filosófico de muchos de sus escritos podremos disfrutar a la par que pensar en el presente, en el pasado y sobre todo imaginar el futuro o mejor soñar a donde nos llevará dicho futuro.



Algunos de sus libros más importantes fueron Soledades, Campos de Castilla y La Guerra. Gracias a Serrat resalto algunos conocidos poemas: A un olmo seco, Retrato, Caminante no hay camino, Anoche cuando dormía, Elegía de un madrigal, Españolito que vienes al mundo, Cantares, Guitarra del mesón, Las moscas y El crimen fue en Granada.Cierro con el poema Retrato:

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla
mi historia, algunos casos que recordar no quiero…

El poeta se retrata a sí mismo en estas sentidas estrofas cargadas de nostalgia y de inocente felicidad infantil que, poco a poco, asciende a la edad madura. Su madurez no aparece como etapa placentera. Hay un trasfondo de infelicidad marcado por momentos de su vida. Soria es testigo de la muerte de la esposa, tres años después de casados.

La Guerra Civil, para qué contar. La ruptura con el hermano por ideas o si quieren por fidelidades políticas de ambos, aguijonea el alma. El exilio estará cargado de amargura, necesariamente, pese a tener cerca a su madre que también morirá a los pocos días de ser enterrado él. Como buena madre no quiso que el hijo sufriera por su adiós eterno.

Pasado, presente y futuro se engarzan en un collar donde cada perla va cargada de alegrías y tristezas, de deseos por ideal patriótico estable, tranquilo, de esperanzas por fraguar… Pero si recuerdan, “dos españoles, tres opiniones” rompen el posible hechizo. Cada uno guardamos en nuestra mochila vivencias inolvidables, que no volverán y que dormitan en nuestro diario imaginario.

Me identifico con el poeta. En mi caso –puede sonar a pedantería– mi infancia personal son recuerdos de un lagar montillano rodeado de viñedos y olivos, donde jugaba con gorriones amaestrados. Mi infancia quedó anclada en la mochila imaginaria que aun hoy habla mentalmente con el abuelo y le suplica que no se vaya.

El limonero del poeta brilla cargado de limones preñados de felicidad infantil. Para mí, la higuera centenaria, preñada de brevas y luego de higos, colma las hambres milenarias de una España machacada, donde la pobreza es el pan nuestro de cada día. Esta falta de pan no era imaginaria.

Empecé escribiendo sobre García Lorca y, en cierta manera, terminaré refiriéndome a él gracias a la pluma de Machado. Muerte en Granada será interesante de comentar.

PEPE CANTILLO