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Daniel Guerrero | ¡Qué putada, Antonio!

La muerte es inevitable, pero la mayoría de las veces es inoportuna, sin esperarla. Siempre nos aguarda, aunque nos pasemos toda la vida ignorándola, como si no existiera. Nos sorprende cuando llega, arrebatándonos lo que solo ella dota de sentido: la vida.


Cuando se presenta sin avisar, trunca proyectos y expectativas que creíamos tener tiempo de emprender, sin considerar que mañana es solo una posibilidad remota que no estamos en condiciones de garantizar. La muerte es una puerta imprevista que oculta lo que hay detrás y tras la que desaparecemos en la nada como si no hubiésemos nacido. A todos coge desprevenidos y solo unos cuantos la desean, hartos de estar muertos en vida. Es un misterio que acompaña a todo ser, el destino inexorable de lo viviente a cualquier escala y en todo tiempo y lugar.

Pero la muerte no es el fin para los seres humanos, a quienes la evolución natural les confirió una capacidad racional y los distinguió de inteligencia. Gracias a la razón, los humanos trascienden a la muerte con los frutos de su intelecto, con las obras de su raciocinio y con ejemplo de sus vidas y su saber. Dejan un legado de cultura que enriquece a sus coetáneos y a las nuevas generaciones.

Por eso, aunque morir es siempre una putada, algunos sobreviven a la muerte y se hacen inmortales, a los que siempre sentiremos a nuestro lado cada vez que recuperemos su memoria y nos dejemos bendecir con lo que dejaron para nosotros, su herencia artística y cultural. Como la que nos legó Antonio López Hidalgo en sus libros y en sus artículos, a los que podemos regresar para oír su voz, apreciar su talento y recordar la profundidad de su mirada transparente. ¡Qué putada, Antonio!

DANIEL GUERRERO
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