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Rafael Soto | A la desmemoria histórica

Juzgar el pasado con los ojos del presente es una limitación intelectual tan seria como el maniqueísmo que impera en la sociedad española actual. En plena sociedad de la infoxicación, reducir el pensamiento y la reflexión en un puñado de eslóganes y encasillamientos es una práctica tan tentadora y rentable como cotidiana. El caso que trataremos hoy es el de José Utrera Molina y Teresa Rodríguez.



La líder de Adelante Andalucía ha sido multada con una cantidad de 5.000 euros por llamar asesino a José Utrera Molina. En concreto, escribió el siguiente tuit: “Hoy hace 44 años de la ejecución a garrote vil de Salvador Puig Antich. De entre los responsables de su asesinato Fraga fundó el PP y Utrera Molina fue enterrado el año pasado al son del cara al sol por miembros del mismo partido. Ellos siguen nosotr@s también”. Salvador Puig fue un anarquista catalán condenado por la muerte de Anguas Barragán, subinspector del Cuerpo General de Policía en Barcelona, entre otros delitos.

En lo que respecta al “asesino”, José Utrera Molina, fue miembro de lo que se llamó el ‘búnker’, ocupó diferentes carteras ministeriales durante el Franquismo y votó en contra de la Ley para la Reforma Política. En efecto, con su firma se convalidó la sentencia a muerte del último condenado a garrote vil en España. Una ejecución conforme a Ley, no un asesinato, por mucho que detestemos —y detestamos— la pena de muerte. Y así lo entendió el juez.

Desde luego, es difícil no estar de acuerdo con el hecho de que no fue un ángel de paz. Fue un falangista sin complejos que se negó a cambiarse la chaqueta, como sí hicieron otros. No seremos nosotros los que le dediquemos una apología. Ahora bien, lo que Teresa Rodríguez y el resto de “l@s que siguen” obvian es que, antes de ser un “asesino”, Utrera Molina prestó un gran servicio a la ciudadanía. Un servicio mayor de la que ellos prestarán en sus vidas, por mucho que compartan fotos por WhatsApp. Y eso también forma parte de la memoria colectiva. O debería.

Pongámonos en situación. Los años de Postguerra fueron especialmente difíciles en Sevilla. A la ruina económica se sumaron varias inundaciones. La más grave fue la del Tamarguillo, en 1961.

En la hemeroteca de ABC Sevilla se conserva el número del 28 de noviembre de 1961, donde podemos comprobar, en imágenes y cifras, la dimensión de la tragedia. De acuerdo con los datos expuestos en la época, la población afectada alcanzó las 125.000 personas. 30.176 almas quedaron sin hogar; 4.172 viviendas se inundaron; se perdieron 1.603 chabolas y 1.228 edificios sufrieron graves daños.


A PARTIR DEL MINUTO 06:04

De acuerdo con los fondos que RTVE conserva del noticiario NODO, no se informó de las inundaciones hasta el 15 de enero de 1962, mes y medio después. Como se puede apreciar en el vídeo, en todo momento se trata de dar la impresión de que fue un hecho grave, pero ya superado. Por supuesto, su mensaje era propagandístico.

Para apoyar a los afectados, la prensa lideró una campaña humanitaria que se denominó “Operación clavel”. De hecho, llegó a haber un programa de radio homónimo que, en efecto, logró concienciar a la población española de lo que estaba ocurriendo en la ciudad del Betis. Locutores y otros profesionales como Manuel Zuasti o Roberto Deglané Portocarrero, más conocido como Bobby Deglané, se volcaron con los afectados.

Ante tal panorama, el gobernador civil de Sevilla entre 1962 y 1969, José Utrera Molina, juntó a sus colaboradores, buscó apoyo en Madrid para construir viviendas de Protección Oficial para regalárselas a sus ciudadanos. Insistimos en la idea: este miembro de la ‘casta’ propuso regalar viviendas a gente humilde, chabolistas incluso, sin preguntar por su ideología.

Tras su muerte, algunos medios manifestaron que aquel gobernador civil tuvo que insistir a Franco, y que tuvo que luchar para conseguir su objetivo. Sin embargo, no hemos encontrado fuente fiable que confirme este dato, por lo que nos permitimos ponerlo en duda. Tampoco sabemos con exactitud cuáles fueron sus motivaciones.

Lo único cierto es que un lustro después de la catástrofe, el “asesino” creó, con sus colaboradores y el apoyo del Régimen, el actual Polígono San Pablo de Sevilla. Las viviendas fueron regaladas a los más humildes de Triana, la Macarena, San Bernardo y otros barrios de Sevilla. Chabolistas pudieron tener una vivienda digna y, sus familias, un futuro.

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De nuevo, con su característico tinte propagandístico, el NODO reflejó la entrega gratuita de los títulos de propiedad para difusión nacional. Apenas ha cambiado el Barrio A, el primero en inaugurarse, que es el que aparece en las imágenes.

Sin embargo, gracias a la dudosa interpretación del artículo 15 de la actual Ley de Memoria Histórica, el padre del Polígono San Pablo no tiene ni una placa, ni una calle, que recuerde el gran beneficio que le dio a la ciudad. Un distrito que, tradicionalmente, vota mayoritariamente a partidos de Izquierda.

Como hemos escrito antes, no vamos a llevar a cabo una apología de Utrera Molina. En cambio, sí que nos proponemos plantear la complejidad de un personaje cuyos beneficios a la sociedad superaron, con creces, a sus posturas ideológicas y sus decisiones políticas, por muy detestable que nos parezca.

La Ley de Memoria Histórica —o su interpretación y aplicación, más bien— ha permitido que algunos muertos hayan sido recuperados y enterrados con dignidad. Sin embargo, doce años después de su aprobación, por mucha calle que cambie de denominación, la mayoría de los muertos siguen en sus fosas o tumbas de lujo, según el bando.

El Valle de los Caídos sigue en pie y Queipo de Llano permanece de cuerpo presente en la Basílica de la Macarena, del mismo modo que la mayoría de los caídos republicanos en pueblos y ciudades siguen donde estaban. Su efectividad en lo más relevante sigue siendo reducida.

Los únicos cadáveres que han sido desenterrados son los de los populistas de izquierda y de derecha. Doce años después de la aprobación de la Ley, de tanto nombrar al dictador, —como si de Beetlejuice se tratara—, tenemos que ver sentados a los miembros de Vox en el Congreso de los Diputados. Y con tanta promoción de la división y de la política de bloques, hemos de soportar, entre sesiones de fotografía y peluquería, a otro cadáver político resucitado en la Moncloa. ¿Qué sería del sanchismo y de Podemos sin Franco?

La figura de José Utrera Molina es un ejemplo del sinsentido del maniqueísmo y de esa manía, tan española, de juzgar el pasado con ojos del presente. Un ejemplo de cómo la Ley de Memoria Histórica, tal y como está siendo interpretada y aplicada, solo está sirviendo para beneficiar a cadáveres políticos sin ideas, ni propuestas, ni futuro.

Desde la herejía manifiesta de esta sección, concluyo con una defensa del “espíritu de reconciliación y concordia, y de respeto al pluralismo y a la defensa pacífica de todas las ideas” que propugna la propia exposición de motivos de esta Ley de Memoria Histórica.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO
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