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Sandra Barneda: “La mujer ilustrada era muy mal vista”

Presentadora de televisión, Sandra Barneda (Barcelona, 1975) ha vendido de sus dos primeras novelas, Reír al viento y La tierra de las mujeres, más de 200.000 ejemplares. Tras su debut en la no ficción en 2016 con Hablarán de nosotras, retoma la tetralogía de los elementos con Las hijas del agua, una historia construida con personajes reales y ficticios que explora los territorios del deseo femenino en la Venecia de 1793. El argumento: una hermandad secreta de mujeres y una joven elegida para proteger un legado escrito en el agua.



—'Las hijas del agua' nos descubre una sociedad secreta de mujeres que lucha por la libertad, por desprenderse de la “moretta” que les oprime. Para ello, te has sumergido en los canales de la Venecia del siglo XVIII.

—Y en una época donde la mujer se da cuenta que es imposible que, para conseguir lo que quiere, se quite la máscara.

—Lucrezia, que no está dispuesta a casarse con un hombre al que detesta, será la joven elegida para mantener el legado del agua.

—Lucrezia es uno de los personajes más importantes. Es aquella mujer que tiene la vida hecha, que está destinada para algo, y se da cuenta de que en realidad puede ser lo que ella quiera. Lo que no sabe es cómo puede llegar hasta allí. Y a través de la sociedad secreta de mujeres persigue su objetivo.

—El germen del libro surgió cuando te diste cuenta de que las mujeres sí que estuvieron unidas en el siglo XVIII, tan convulso en Europa.

—En general, la mujer sí que ha estado unida. O sea, eso de que las mujeres no nos unimos es un poco falso. El germen de la novela es cuando comienzo a documentarme y me doy cuenta de que el primer texto de vindicación de derechos de la mujer, escrito por una mujer, se publica en un corto periodo de tiempo en tres ciudades distintas. Y además, está publicado por mujeres. Una de ellas, Elisabetta Caminer, que la coloco como hija del agua y que dirigió un periódico literario en la Venecia del siglo XVIII y que fue perseguida por ello. Tuvo que abandonar Venecia pero seguía dirigiéndolo.

—Dices que las hijas del agua sois todas y que en esta segunda revolución feminista os habéis dado cuenta de que no todo estaba hecho, incluso que os habéis equivocado en algunos aspectos. ¿Como cuáles?

—Hay una frase de Christine de Pizan con la que empiezo la novela, que dice: “… lo que tiene que estallar, estallará en su momento”. Cuando preguntas ahora sobre esta segunda revolución, yo creo que se lleva mucho tiempo pidiendo y ha estallado en su momento. No solo para que las mujeres se unan y sean hijas del agua. Es que hay muchos hombres que también son hijas del agua. Es decir, de aquellas madres, de aquellas abuelas, incluso de aquellas hermanas que se han sentido oprimidas o en un mundo que las trata de manera injusta, y ellos no quieren eso.

—La época que retratas es muy interesante, muy próxima a la Revolución Francesa. En aquella época se decía que en Venecia estaban las mujeres más cultas de Europa.

—Sí. Sí. Porque eran los años finales de la república del Véneto. Venecia era libertina pero al mismo tiempo oprimida. Y en esos callejones se permite todo.

—Un siglo en el que, sin embargo, Rousseau no incluyó a la mujer en 'El contrato social', pero sí hubo mujeres como Mary Wollstonecraft que la reivindicó en su 'Vindicación de los derechos de la mujer'.

—Yo creo que hubo muchas mujeres que se sintieron estafadas.

—Pero en el siglo XVIII, incluso, se seguían repartiendo folletos que afirmaban que la mujer no tiene alma, que no estaba hecha para las matemáticas ni para estudiar.

—Era un peligro. Una mujer ilustrada era una cosa muy mal vista y un peligro para la ciudad. Todavía quedaban muchos años para que se empezara a ver bien.

—Piensas que María Antonieta en el fondo quizás fue una adelantada a su tiempo y que se le ha tratado muy injustamente.

—Sí. Por eso la coloco como una hija del agua. María Antonieta fue una incomprendida. Cambió absolutamente la Corte de Versalles, que eran las Cortes más cerradas. Todavía sigue siendo pionera en el mundo de la moda. O sea, se le pone como frívola, pero en el tema de los maquillajes, en el concepto de la mujer, todo eso, significaba mucho en la manera de enfocar la vida de una mujer. Fue totalmente moderna.

—En el libro citas algunas frases que impresionan. Por ejemplo, la de Sor Arcángela, Elena Tarabotti: “Asesinar a los recién nacidos es menor pecado que enterrar vivas a mujeres”.

—Mira. Me parece tan fuerte como frase. Te lo dice una mujer que fue encerrada contra su voluntad y de por vida en un convento. Y eso es lo que ocurría. Y se silenciaba. Se consentía.

—Como dices, ¿el vínculo de las hijas del agua con la actualidad es que todo lo que hicieron estas antecesoras no fue en vano?

—Claro. El vínculo es de respeto. Ellas fueron realmente unas valientes. Fueron las primeras que iluminaron el camino de la valentía y muchas perdieron la vida por ello. Como mínimo, hay que conocerlas y hay que saber cómo fueron sus vidas.

—Esta es la tercera entrega de la tetraología de los elementos. Ahora le toca al agua. ¿Para cuándo el fuego?

—¡Buf! Pues no sé.

—No estás dispuesta a quemarte todavía.

—Todavía no. El fuego todavía tiene que prender la llama.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO