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Aureliano Sáinz | Un árbol para Palestina

En el acelerado mundo en el que vivimos, las noticias se superponen unas a otras de modo que pasados unos días ya parecen obsoletas, tal y como acontece con los diarios impresos, dado que al mirar las informaciones del día anterior nos dan la sensación de que lo que leemos se corresponde con hechos pretéritos que ya no pertenecen a la más "rabiosa actualidad", tal como se suele decir por determinados medios de comunicación.



Y, sin embargo, las informaciones no dejan de ser espejos cambiantes que miran hacia un lado o hacia otro; pero la realidad permanece ahí, impertérrita, esperando que de nuevo un hecho, habitualmente luctuoso, la traiga otra vez a la mirada de los receptores, agitando corazones, especialmente aquellos que son sensibles a los sufrimientos humanos.

Así, ya parece lejana la última represión sangrienta del ejército israelí durante el mes de abril contra la población palestina que conmemoraba el 70 aniversario de la tragedia sufrida por este pueblo, cuando, en el año 1948, a 750.000 palestinos se les forzaba a abandonar sus casas para ir caminando a otros países que pudieran darles cobijo.

Pero no solo fue que gran parte de la población palestina tuviera que dejar sus casas y sus tierras para dar cobijo a la población judía inmigrante que, con un pensamiento basado en la ideología sionista, creía que esas tierras les pertenecían por mandato divino. Para ello, deliberadamente fueron destruidas 530 aldeas con el fin de impedir que la población palestina retornara a ellas.

Sin problemas, los nuevos colonos judíos se apropiaron de las pertenencias de los desplazados. Fue, pues, el inicio de la Nakba, palabra palestina que significa “catástrofe”, ya que, ciertamente, fue una auténtica catástrofe la que se inicia con la construcción del Estado de Israel a costa de la expulsión de palestinos para acoger a la población judía que nunca había pisado esta tierra.

Tal como he apuntado, han transcurrido siete décadas de sufrimientos y humillaciones. Pero en este breve artículo no voy a hacer ninguna síntesis del martirio que ha sufrido y sufre este pueblo, sino hacer notar que, más allá de los momentos puntuales, es necesario dejar constancia permanente de la solidaridad ciudadana necesaria con el fin de que un día se haga justicia con el pueblo palestino.

Un gesto firme de solidaridad es el que se plasmó hace un par de años en Córdoba y que ahora lo traigo a colación pues es posible que haya gente que no tenga conocimiento del mismo.



Casi a diario, caminando en Córdoba, me topo con un árbol que me hace recordar que el pueblo palestino sigue vivo y continúa reivindicando unos derechos que les pertenece. Y todo ello, sin que tengan que ser noticia internacional ante la brutalidad del gobierno y el ejército israelíes.

Esto es lo que siento cuando, cerca de la estación de tren y en la parte en la que se inician los Jardines de la Victoria, veo plantado un olivo rodeado de un círculo de flores en el suelo y, debajo del cual, se encuentra un monolito de mármol blanco con una placa metálica en la parte superior en la que puede leerse: “Árbol de la Resistencia Palestina”.

En el lado izquierdo de esa placa aparece grabado el logotipo de la Plataforma Córdoba con Palestina y, en el derecho, el del propio Ayuntamiento de Córdoba, puesto que hace un par de años se aprobó dedicar un espacio de los jardines a la lucha que un pequeño pueblo mediterráneo lleva por la recuperación de sus legítimos derechos.



En la parte de abajo, aparecen unas intensas palabras extraídas de un poema del gran poeta palestino Mahmud Darwish en las que dice: “Aquí moriremos. Aquí, en el último pasaje. Aquí o ahí… nuestra sangre plantará sus olivos”.

La masacre del pasado 14 de abril fue de nuevo un reguero de sangre palestina que se derramaba ante la reiterada pasividad internacional, pues el gobierno de Israel cuenta con el incondicional apoyo internacional del estadounidense, que, para mayor provocación, traslada su embajada de Tel Aviv a Jerusalén.

El 15 de abril, un día después de la masacre, en el lugar en el que se encuentra el olivo, hubo una concentración ante la llamada de organizaciones para denunciar las decenas de muertos y los centenares de heridos por disparos reales de soldados israelíes.

Se leyeron distintos textos, también poemas de poetas palestinos, hubo intervenciones abiertas, se colgaron pequeñas banderas palestinas de las ramas del olivo, al igual que llaves recortadas de cartulinas, como muestra simbólica de las llaves que se llevaron los exiliados de sus hogares y que aún conservan como memoria de aquel día que tuvieron que salir de la tierra en la que durante siglos habían vivido sus antepasados.

Ya ha desaparecido como noticia la última masacre del ejército israelí. Así, hasta la próxima. Sin embargo, todavía permanecen las pequeñas banderas palestinas que colgamos de las ramas del olivo, como pequeño gesto de solidaridad hacia un pueblo que, junto al saharaui, se ha convertido en un proscrito ante la casi indiferencia de las potencias internacionales.

AURELIANO SÁINZ