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Pepe Cantillo | El valor de las personas

Entre personas normales, cuando muere alguien conocido –bueno, menos bueno, malo o malote– se suele dar el pésame con un “lo siento”, “le acompaño en el sentimiento” o “que Dios le tenga en su gloria” (dice el creyente). Suele ser la forma de decir adiós al difunto y mitigar el dolor de los familiares. ¿Verdad? ¿Mentira? ¿Puro paripé?



Celebrar en las redes la muerte de aquellos que no nos gustan por sus ideas, por sus aficiones, porque los considero enemigos, está a la orden del día. La basura nos rodea. ¿Vileza por carencia de categoría moral? ¿Opinantes infames y despreciables? Seguro.

Lo más denigrante publicado en redes fue el sucio comentario de un “in-docente” (¿!?) sobre el niño muerto de cáncer que quería ser torero. En los últimos casos se brinda por la muerte de un piloto o del fiscal general del Estado, personas que, simplemente, cumplían con su trabajo. Aunque no gusten dichas personas ni lo que representaban o lo que hacían, no deja de ser insultante dicho desprecio.

Y el camino queda sembrado de cadáveres insepultos, desprovistos de honra, que son despellejados por las hienas del oportunismo político, económico o ideológico. Mentira sobre mentira y sobre mentira dos, asómate a la ventana y verás… a cualquier necio y oportunista, traidor él, cargado de falsía, es decir de falsedad y doblez, carente de solidez y firmeza, bailando en el estercolero.

Recordarán que Clinex era una marca de pañuelos de papel que nos vendieron como algo sanitariamente conveniente para erradicar la guarrada de guardar los mocos en el bolsillo amarraditos en los pliegues de un pañuelo de tela. En ese modelo de “sociedad clinex”, las personas acaban por ser mocos que cuelgan del morro de nuestras vidas y nos estorban o no nos gustan.

Dicho esto y visto lo visto, nos sonamos las narices y, si te vi, no me acuerdo. Vamos a por otra persona que terminaremos sonándonos con ella y tirándola al suelo porque ni tan siquiera seremos cuidadosos para dejarla dentro de la papelera.

Sociedad de usar y tirar. Bauman llamará “sociedad líquida” al momento actual de los humanos, donde nada tiene consistencia, ni tan siquiera el broche de la palabra dada. Lo utilizamos todo, abusamos de los demás y ¡a otra cosa, mariposa!

Los diversos enseres dejaron de ser algo de largo recorrido (duradero) para convertirse en efímeros porque hay que producir para prosperar. Y mientras sean “cosas”, pues tira que va. El problema es que junto con la caducidad de los cacharros, de la ropa, iban en el mismo paquete las personas.

Abramos algo más el abanico. Parejas efímeras con las que ya parece que entramos cansados y hastiados de su compañía; en su lugar hemos colocado el eslogan: “aquí te pillo aquí te mato”. A por otro u otra. A veces pienso que hasta los hijos son un incordio y de los viejos (perdonen si no uso el eufemismo "mayores") que coartan movimientos porque se están quedando obsoletos y encima no son fáciles de acallar e impertinentes, para qué hablar.

Estas ideas las vendió directamente el mercantilismo comercial. Fue una costra que se adhirió poco a poco a nuestro modo de vida. Divorcio, separaciones de personas no ya después de un tiempo juntos, ¡quia!, casos hay de separación la misma noche de la firma del compromiso. Fugacidad del momento.

¿En quién confiar? Las religiones parece que ya no ofrecen paraísos a muchos de sus antiguos clientes. Los círculos políticos están aun peor que dichas religiones. Respeto, honra, honor, responsabilidad... son palabros carentes de significado dentro del conjunto de la sociedad civil.

El robo, uso y abuso de los bienes públicos es una carrera para ver quién arrampla con más. Personajes de renombre jugando al escondite tanto en público como en privado, nos torean impunemente. Parece que en lo personal nadie se hace responsable de sus acciones. ¿Qué queda?

Violencia “in crescendo”, mentira en aumento, marrullería, “estercolás” virtuales con detritus mentales, restos de diarreas esperpénticas contra quien sea y contra lo que sea. ¿Motivos? Me divierto como puedo y como quiero.

Con qué frecuencia se nos llena la boca de la palabra amigo, amiga (mi). La usamos tanto que está desvirtuada. Hoy no voy a hablar de la amistad, en otro momento será. La palabra amigo es una bonita flor que necesita del sagrado vaso de la persona como buen recipiente que la mantenga viva.

La palabra persona, en su significado original griego (prósopon) y posteriormente en el latino, hace referencia a “máscara de actor, personaje teatral”. Su significado actual en nuestro idioma es el de “individuo de la especie humana (indivisible)” (sic). Parece que nos agarramos solo a la careta por la facilidad con la que cambiamos de personaje.

¿Hablamos del valor de la persona, de las personas? La dignidad es un valor, un derecho inviolable, fundamental e inherente de la persona como ser racional que posee libertad y es capaz de dirigir en un sentido positivo o negativo, sus actos. Nuestras acciones serán morales cuando tomen en consideración a los demás y los valoren como personas.

La dignidad de la persona, es decir su condición de ser libre y autónoma, capaz de pensar y decidir por sí misma, la convierte en un ser respetable y valorable. Ésta es, en definitiva, la razón última que debe justificar nuestra conducta moral.

Debemos respetar a cada ser humano porque estamos convencidos de su dignidad como persona hasta el punto de que nadie debe ser despreciado por razón de raza, sexo o ideología. Ésta es la evidencia utópica aunque la realidad que impera sea, por desgracia, otra muy distinta.

Se trata de hablar y poner en práctica el respeto activo hacia el otro, hacia lo que pueda decir y aportar. Pero hay que respaldar un respeto crítico porque no toda opinión es igualmente valiosa por muy respetable que sea la persona que la emita.

Desgraciadamente la falta de respeto activo está machacada por una violencia que desprecia a los demás y masacra su dignidad. Ejemplos tenemos por doquier. La conducta violenta es injustificable desde cualquier planteamiento ético. Dicha actitud violenta es un ejemplo claro de actuación inmoral.

Parece que nos gusta insultar por el placer de ofender, por puro morbo. Ofender cuesta poco, respetar ya es otro cantar y no tiene fácil solución desde el momento en que, de una forma u otra, le niego derechos elementales al prójimo. Pero conviene recordar que no ofende quien quiere sino quien puede y no todo mercachifle puede.

Montar bulla, desestabilizar, crear caos, disparar y esconder la mano, pactar con Dios y con el diablo es la moda. Está en boga mentir, tirar basura contra todo aquel y aquello cuyo pensamiento, obra, intenciones o representación no comparto.

Alguien podrá pensar, y con razón, que pinto un panorama muy negro, muy negativo. Solo una cuestión. Toda la crisis que estamos viviendo, soportando, aguantando estos últimos meses se mueve en un “sí, pero no”. Digo esto, me desdigo, prometo, cambio de equipo, acuso en falso, lanzo drones ideológicos cargados de la metralla de la mentira. Etcétera, etcétera, etcétera. Poco a poco tenemos la impresión de que el mundo, nuestro pequeño mundo, se va hundiendo bajo nuestros pies.

PEPE CANTILLO