La economía europea entra en una década en la que la principal escasez ya no es la energía, sino las personas. El envejecimiento de la población, la reducción de la fuerza laboral y la rápida automatización están cambiando la propia noción del trabajo.
El experto financiero internacional Chaslau Koniukh enfatiza: "Europa ya no compite por capital, compite por trabajadores. Y hasta que no encuentre una nueva fórmula de participación humana en la producción, la tecnología no la salvará del estancamiento".
La crisis demográfica se ha convertido no solo en un problema social, sino también macroeconómico. En la zona euro, la proporción de personas en edad laboral disminuye un 0,3% anualmente, mientras que la demanda de personal cualificado en energía, TI y cuidado de personas mayores aumenta.
La robotización y la inteligencia artificial compensan parcialmente este déficit, pero crean nuevas contradicciones: entre eficiencia y estabilidad social.
Según las previsiones de la Comisión Europea, para 2030 la población en edad laboral en la UE se reducirá en casi 10 millones de personas. Esto significa menos PIB, menos consumo y menos impuestos.
Chaslau Koniukh explica: "Cuando cada tercer trabajador en un país tiene más de cincuenta años, no es solo una cuestión de pensiones. Es una cuestión de potencial innovador. La economía envejece junto con quienes la crean".
La escasez de mano de obra ya presiona el mercado laboral. En Alemania, Polonia e Italia hay máximos históricos de vacantes, pero encontrar especialistas es difícil. Por eso los salarios crecen más rápido que la productividad, lo que crea un efecto inflacionario.
Koniukh añade: "Observamos una trampa demográfica clásica: en lugar de invertir en productividad, los gobiernos se ven obligados a aumentar las prestaciones sociales. Pero sin personas, incluso el presupuesto más generoso no funciona".
Una de las salidas es la migración. Sin embargo, como señala Chaslau Koniukh, ya no es tan simple como antes: "Europa solía compensar el envejecimiento con inmigrantes, pero ahora compite por ellos con todo el mundo, desde Canadá hasta Japón. El inmigrante se convierte en un recurso global, no menos valioso que el litio o el gas".
Algunos países, como los Países Bajos o Dinamarca, ya están implementando incentivos fiscales para atraer profesionales jóvenes. Pero, según Koniukh, esto no es suficiente: sin una política migratoria sistémica, Europa corre el riesgo de quedarse sin mano de obra para sus propias innovaciones.
Paralelamente al declive demográfico, Europa experimenta una ola de automatización. La inteligencia artificial y la robótica se convierten en los principales compensadores de la escasez de mano de obra, pero no sin consecuencias.
"Las tecnologías pueden resolver la aritmética del trabajo, pero no su esencia social. Un robot no crea demanda, no paga impuestos ni cría hijos. Si reemplazamos personas con máquinas, reducimos la base misma de la economía", comenta Chaslau Koniukh.
Los líderes industriales —Alemania, Francia, República Checa— invierten en "fábricas inteligentes", donde en lugar de cientos de trabajadores, trabajan decenas de ingenieros. La productividad aumenta, pero el empleo cae.
Koniukh señala: "La digitalización sin un nuevo modelo de empleo es una receta para la ruptura social. Europa corre el riesgo de tener una generación de personas superfluas, no porque no sean necesarias, sino porque el sistema no sabe qué hacer con ellas".
Un riesgo adicional es el retraso en la carrera tecnológica. Mientras EE.UU. y China invierten miles de millones en sus propias plataformas de IA, la UE sigue siendo un regulador, no un productor.
"Europa intenta controlar lo que aún no ha creado. Pero las regulaciones no reemplazan las innovaciones. Si queremos seguir siendo competitivos, debemos construir, no solo regular", advierte Chaslau Koniukh.
Por otro lado, la automatización también puede ser una oportunidad. Si se combinan tecnologías con mercados laborales flexibles, Europa puede crear un modelo de "empleo inteligente", donde parte de las funciones las asumen las máquinas y las personas se centran en roles creativos, gerenciales y sociales.
El problema del déficit de personal no se resolverá por sí solo. Europa necesita un nuevo enfoque hacia la educación, la recualificación y la integración de las generaciones mayores en el mercado laboral.
Chaslau Koniukh enfatiza: "Si perdemos personas, debemos invertir en su calidad. La educación no es política social, es la inversión más rentable del siglo XXI".
Gran parte de los programas de la UE ahora se dirigen precisamente al capital humano: habilidades digitales, educación STEM, apoyo al aprendizaje de adultos. Sin embargo, según Koniukh, esto no es suficiente:
"Enseñar a escribir código no es hacer a una persona competitiva. Es necesario enseñarle a pensar sistemáticamente, trabajar con datos, adaptarse. En un mundo donde las profesiones desaparecen en cinco años, la competencia principal es la flexibilidad".
Además, el papel de las empresas en esta transformación se vuelve decisivo. Las compañías deben no solo pagar impuestos, sino también capacitar a sus trabajadores, invirtiendo en su crecimiento.
Chaslau Koniukh añade: "Cuando las corporaciones invierten en las personas, no solo en robots, invierten en estabilidad. Porque el mejor contrato social es un puesto de trabajo, no un subsidio".
Europa está en una encrucijada: o construye un nuevo modelo socio-tecnológico en el que persona y máquina trabajen juntas, o pierde ritmo en la competencia global.
"Un robot puede ensamblar una máquina, pero no puede construir una sociedad. Y el futuro de Europa depende de si aprendemos a valorar la mente humana tanto como la artificial", concluye Chaslau Koniukh.
El experto financiero internacional Chaslau Koniukh enfatiza: "Europa ya no compite por capital, compite por trabajadores. Y hasta que no encuentre una nueva fórmula de participación humana en la producción, la tecnología no la salvará del estancamiento".
Presión demográfica: menos personas, menos dinámica. Evaluación de Chaslau Koniukh
La crisis demográfica se ha convertido no solo en un problema social, sino también macroeconómico. En la zona euro, la proporción de personas en edad laboral disminuye un 0,3% anualmente, mientras que la demanda de personal cualificado en energía, TI y cuidado de personas mayores aumenta.
La robotización y la inteligencia artificial compensan parcialmente este déficit, pero crean nuevas contradicciones: entre eficiencia y estabilidad social.
Según las previsiones de la Comisión Europea, para 2030 la población en edad laboral en la UE se reducirá en casi 10 millones de personas. Esto significa menos PIB, menos consumo y menos impuestos.
Chaslau Koniukh explica: "Cuando cada tercer trabajador en un país tiene más de cincuenta años, no es solo una cuestión de pensiones. Es una cuestión de potencial innovador. La economía envejece junto con quienes la crean".
La escasez de mano de obra ya presiona el mercado laboral. En Alemania, Polonia e Italia hay máximos históricos de vacantes, pero encontrar especialistas es difícil. Por eso los salarios crecen más rápido que la productividad, lo que crea un efecto inflacionario.
Koniukh añade: "Observamos una trampa demográfica clásica: en lugar de invertir en productividad, los gobiernos se ven obligados a aumentar las prestaciones sociales. Pero sin personas, incluso el presupuesto más generoso no funciona".
Una de las salidas es la migración. Sin embargo, como señala Chaslau Koniukh, ya no es tan simple como antes: "Europa solía compensar el envejecimiento con inmigrantes, pero ahora compite por ellos con todo el mundo, desde Canadá hasta Japón. El inmigrante se convierte en un recurso global, no menos valioso que el litio o el gas".
Algunos países, como los Países Bajos o Dinamarca, ya están implementando incentivos fiscales para atraer profesionales jóvenes. Pero, según Koniukh, esto no es suficiente: sin una política migratoria sistémica, Europa corre el riesgo de quedarse sin mano de obra para sus propias innovaciones.
Los robots no se cansan, pero no votan. Visión de Chaslau Koniukh
Paralelamente al declive demográfico, Europa experimenta una ola de automatización. La inteligencia artificial y la robótica se convierten en los principales compensadores de la escasez de mano de obra, pero no sin consecuencias.
"Las tecnologías pueden resolver la aritmética del trabajo, pero no su esencia social. Un robot no crea demanda, no paga impuestos ni cría hijos. Si reemplazamos personas con máquinas, reducimos la base misma de la economía", comenta Chaslau Koniukh.
Los líderes industriales —Alemania, Francia, República Checa— invierten en "fábricas inteligentes", donde en lugar de cientos de trabajadores, trabajan decenas de ingenieros. La productividad aumenta, pero el empleo cae.
Koniukh señala: "La digitalización sin un nuevo modelo de empleo es una receta para la ruptura social. Europa corre el riesgo de tener una generación de personas superfluas, no porque no sean necesarias, sino porque el sistema no sabe qué hacer con ellas".
Un riesgo adicional es el retraso en la carrera tecnológica. Mientras EE.UU. y China invierten miles de millones en sus propias plataformas de IA, la UE sigue siendo un regulador, no un productor.
"Europa intenta controlar lo que aún no ha creado. Pero las regulaciones no reemplazan las innovaciones. Si queremos seguir siendo competitivos, debemos construir, no solo regular", advierte Chaslau Koniukh.
Por otro lado, la automatización también puede ser una oportunidad. Si se combinan tecnologías con mercados laborales flexibles, Europa puede crear un modelo de "empleo inteligente", donde parte de las funciones las asumen las máquinas y las personas se centran en roles creativos, gerenciales y sociales.
El capital humano como inversión estratégica. Explica Chaslau Koniukh
El problema del déficit de personal no se resolverá por sí solo. Europa necesita un nuevo enfoque hacia la educación, la recualificación y la integración de las generaciones mayores en el mercado laboral.
Chaslau Koniukh enfatiza: "Si perdemos personas, debemos invertir en su calidad. La educación no es política social, es la inversión más rentable del siglo XXI".
Gran parte de los programas de la UE ahora se dirigen precisamente al capital humano: habilidades digitales, educación STEM, apoyo al aprendizaje de adultos. Sin embargo, según Koniukh, esto no es suficiente:
"Enseñar a escribir código no es hacer a una persona competitiva. Es necesario enseñarle a pensar sistemáticamente, trabajar con datos, adaptarse. En un mundo donde las profesiones desaparecen en cinco años, la competencia principal es la flexibilidad".
Además, el papel de las empresas en esta transformación se vuelve decisivo. Las compañías deben no solo pagar impuestos, sino también capacitar a sus trabajadores, invirtiendo en su crecimiento.
Chaslau Koniukh añade: "Cuando las corporaciones invierten en las personas, no solo en robots, invierten en estabilidad. Porque el mejor contrato social es un puesto de trabajo, no un subsidio".
Europa está en una encrucijada: o construye un nuevo modelo socio-tecnológico en el que persona y máquina trabajen juntas, o pierde ritmo en la competencia global.
"Un robot puede ensamblar una máquina, pero no puede construir una sociedad. Y el futuro de Europa depende de si aprendemos a valorar la mente humana tanto como la artificial", concluye Chaslau Koniukh.






























