La XXVII Cata de Moriles cerró ayer sus puertas con un balance más que positivo, tras un fin de semana que volvió a convertir el municipio de la Campiña Sur Cordobesa en epicentro del vino andaluz. La edición de este año, que se desarrolló bajo el lema Moriles innova, despidió su programa con una jornada especialmente concurrida: el tradicional Domingo de los cordobeses, que atrajo a centenares de visitantes llegados desde la capital y otras localidades de la provincia.
Desde primera hora de la mañana, los autobuses gratuitos partieron desde Córdoba rumbo a Moriles, con personas llenas de curiosidad y ganas de descubrir un pueblo que respira vino en cada esquina. Allí, los minibuses locales retomaron el testigo y recorrieron los lagares y bodegas, permitiendo a los asistentes sumergirse en la esencia del enoturismo: ese contacto directo con el origen, con las manos que vendimian, con los aromas que nacen en el silencio de los lagares más tradicionales.
Las actividades en bodegas dieron paso, a mediodía, a la apertura de los expositores en el Pabellón de la Cata. En ese punto neurálgico, bodegueros, restauradores y artesanos ofrecieron lo mejor de su trabajo: vinos de la Denominación de Origen Protegida (DOP) Montilla-Moriles, platos tradicionales y propuestas turísticas que redescubren la comarca desde la autenticidad.
Entre los nombres más destacados sobresalieron las dos firmas invitadas a esta vigésimo séptima edición de la Cata de Moriles, Bodegas Alvear —la más antigua de Andalucía— y Lagar Los Raigones, con su firme compromiso con la sostenibilidad, recordaron que el futuro del vino se construye sobre raíces profundas.
La clausura oficial, que tuvo lugar a las 17.00 de la tarde, puso ayer fin a tres días intensos en los que Moriles volvió a demostrar que su Cata no es solo una feria del vino, sino una cita con el alma de su gente. Y es que, tras casi tres décadas de trayectoria, la Cata–Expo Wine Moriles se ha consolidado como una de las grandes referencias del calendario enológico andaluz. No lo dicen solo las cifras de visitantes o la calidad de sus bodegas, sino también el ambiente que se respiró durante todo el fin de semana: cercano, festivo y orgulloso de una herencia que se comparte como un buen brindis.
A lo largo de esta vigésimo séptima edición, el evento volvió a apostar por un formato que trasciende el pabellón y se extiende hacia los lagares, las viñas y los caminos de tierra que definen el paisaje de la Campiña. Ese equilibrio entre tradición y modernidad, entre lo local y lo universal, es precisamente lo que da sentido al lema de este año, Moriles innova. Porque innovar —en Moriles— no significa romper con el pasado, sino hacerlo evolucionar sin perder su raíz.
El público respondió con entusiasmo, atraído no solo por la oferta vitivinícola, sino también por la gastronomía. Empresas como Cárnicas de Moriles, Mundo Burger, Doña Cayetana o Pastelería Solano aportaron sabor y variedad, demostrando que el maridaje entre vino y cocina local sigue siendo uno de los grandes reclamos de la cita. Además, la ludoteca permitió que las familias disfrutaran sin prisas, convirtiendo la Cata en un espacio intergeneracional donde los recuerdos se mezclan con las risas y el murmullo de las copas.
Con la puesta del sol del domingo llegó el momento de bajar el telón. Pero más que una despedida, la clausura tuvo el tono cálido de los buenos finales: esos que dejan ganas de volver. “Brindar juntos es la forma más sincera de celebrar lo que somos”, decía en la jornada previa la alcaldesa de Moriles, Francisca Carmona. Y así fue: el último brindis selló un fin de semana en el que Moriles volvió a hablar el idioma del vino, ese que no entiende de modas, pero sí de emoción y de memoria.
Desde primera hora de la mañana, los autobuses gratuitos partieron desde Córdoba rumbo a Moriles, con personas llenas de curiosidad y ganas de descubrir un pueblo que respira vino en cada esquina. Allí, los minibuses locales retomaron el testigo y recorrieron los lagares y bodegas, permitiendo a los asistentes sumergirse en la esencia del enoturismo: ese contacto directo con el origen, con las manos que vendimian, con los aromas que nacen en el silencio de los lagares más tradicionales.
Las actividades en bodegas dieron paso, a mediodía, a la apertura de los expositores en el Pabellón de la Cata. En ese punto neurálgico, bodegueros, restauradores y artesanos ofrecieron lo mejor de su trabajo: vinos de la Denominación de Origen Protegida (DOP) Montilla-Moriles, platos tradicionales y propuestas turísticas que redescubren la comarca desde la autenticidad.
Entre los nombres más destacados sobresalieron las dos firmas invitadas a esta vigésimo séptima edición de la Cata de Moriles, Bodegas Alvear —la más antigua de Andalucía— y Lagar Los Raigones, con su firme compromiso con la sostenibilidad, recordaron que el futuro del vino se construye sobre raíces profundas.
La clausura oficial, que tuvo lugar a las 17.00 de la tarde, puso ayer fin a tres días intensos en los que Moriles volvió a demostrar que su Cata no es solo una feria del vino, sino una cita con el alma de su gente. Y es que, tras casi tres décadas de trayectoria, la Cata–Expo Wine Moriles se ha consolidado como una de las grandes referencias del calendario enológico andaluz. No lo dicen solo las cifras de visitantes o la calidad de sus bodegas, sino también el ambiente que se respiró durante todo el fin de semana: cercano, festivo y orgulloso de una herencia que se comparte como un buen brindis.
A lo largo de esta vigésimo séptima edición, el evento volvió a apostar por un formato que trasciende el pabellón y se extiende hacia los lagares, las viñas y los caminos de tierra que definen el paisaje de la Campiña. Ese equilibrio entre tradición y modernidad, entre lo local y lo universal, es precisamente lo que da sentido al lema de este año, Moriles innova. Porque innovar —en Moriles— no significa romper con el pasado, sino hacerlo evolucionar sin perder su raíz.
El público respondió con entusiasmo, atraído no solo por la oferta vitivinícola, sino también por la gastronomía. Empresas como Cárnicas de Moriles, Mundo Burger, Doña Cayetana o Pastelería Solano aportaron sabor y variedad, demostrando que el maridaje entre vino y cocina local sigue siendo uno de los grandes reclamos de la cita. Además, la ludoteca permitió que las familias disfrutaran sin prisas, convirtiendo la Cata en un espacio intergeneracional donde los recuerdos se mezclan con las risas y el murmullo de las copas.
Con la puesta del sol del domingo llegó el momento de bajar el telón. Pero más que una despedida, la clausura tuvo el tono cálido de los buenos finales: esos que dejan ganas de volver. “Brindar juntos es la forma más sincera de celebrar lo que somos”, decía en la jornada previa la alcaldesa de Moriles, Francisca Carmona. Y así fue: el último brindis selló un fin de semana en el que Moriles volvió a hablar el idioma del vino, ese que no entiende de modas, pero sí de emoción y de memoria.
JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
































