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Daniel Guerrero | Lo más alto del glamour

Los vuelos espaciales, aunque sean suborbitales, siempre han tenido un fin científico que persigue la ampliación de conocimientos y la superación de los límites que nos atan a la Tierra. Pero con la llegada de compañías privadas que posibilitan viajes por encima de la atmósfera terrestre, la aventura espacial ha dejado de ser una investigación sobre las capacidades del hombre para explorar el universo y ha devenido simple postureo para famosos y pudientes que ansían nuevas sensaciones que los distraigan de unas existencias colmadas de todo lo apetecible, pero aburridas.


Tal era, sin más, el propósito del último lanzamiento, el 14 de abril pasado, del cohete New Shepard, el tercero en 2025 y el segundo tripulado, de la empresa aeroespacial Blue Origin, fundada por Jeff Bezos, dueño también de Amazon. La cápsula transportaba a la cantante Katy Perry; a las periodistas Gayle King y Lauren Sánchez; a la empresaria Amanda Nguyen; a la ingeniera Aisha Bowe y a la productora de cine Kerianne Flynn.

Es decir, era la primera vez que un vuelo espacial estaba compuesto por una tripulación totalmente femenina, con excepción de la primera astronauta de la historia, Valentina Tereshkova, que tripuló la Vostok 6 en 1963, dando 48 vueltas a la Tierra durante tres días.

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En contraste con la pionera rusa, la distinguida y competente tripulación de la New Shepard protagonizó, más que un vuelo espacial, un salto de 10 minutos y 21 segundos de duración hasta los 100 kilómetros de altura para disfrutar de unos pocos minutos de la falta de gravedad, antes de descender enseguida de manera controlada cerca del lugar de lanzamiento. Algo que solo se lo pueden permitir quienes puedan costearse una aventura tan corta pero fascinante, aunque completamente inútil para el progreso de la ciencia y de nula repercusión para la humanidad.

Eso sí, la “misión” cumplió el objetivo de las “astronautas” de elevar el glamour al espacio. Con tal fin, la tripulación iba perfectamente maquillada y no escamoteó fotos por Instagram de sus entallados monos de color azul, a juego con la marca Blue Origin, ceñidos a la cintura, y que incluían la opción de una pierna ligeramente acampanada gracias a una fina cremallera.

Una preciosidad de trajes “espaciales” que fueron confeccionados por la marca de moda Monse escaneando en 3D el cuerpo de cada pasajera para conseguir un ajuste perfecto. Todo muy cuqui. Tanto que la cantante Perry aseguró, en una entrevista para la revista Elle, que “el espacio sería por fin glamuroso”. Un pequeño paso para la mujer, pero un gran salto para la humanidad, le faltó decir.

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Lo verdaderamente relevante del hecho es comprobar que cualquier avance del ser humano, en cuanto a ideas o técnicas, es susceptible de ser utilizado como mercancía capaz de proporcionar pingües beneficios económicos. Y la aventura espacial no iba a ser una excepción.

Ya existen en el mercado varias empresas, como la de Elon Musk (SpaceX), Jeff Bezos (Blue Origin) y Richard Branson (Virgin Galactic), dispuestas a aprovechar la banalización espacial para ofertar vuelos privados a turistas multimillonarios aburridos de su mortal y terrenal existencia.

Así, mientras nos entretenemos con la boca abierta con la diversión de altos vuelos de estos afortunados, aquí abajo, a ras de tierra, seguimos esquilmando los recursos naturales, apropiándonos de sus bienes y destruyendo el planeta para disfrute de unos pocos privilegiados sin escrúpulos. Un desastre para quienes miramos el espacio con otros ojos, con los que sirven para explorar lo desconocido y conocer qué somos, cómo nos originamos y qué lugar ocupamos en el cosmos.

DANIEL GUERRERO
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR

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