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Carlos Serrano | Ciudades hostiles

El banco de madera color marrón con reposabrazos de metal gris fue colocado por el Ayuntamiento de Sevilla mirando hacia la nada. Entiéndase la nada, en este caso, como un muro de ladrillo naranja de reciente construcción. Esos mismos que habitan las grandes ciudades últimamente. Aquellos que poseen un gran cartel naranja y negro que indicaba que estaba en venta el edificio al cual pertenecían aquellos ladrillos.


Pues el banco miraba en dirección al cartel colocado en el muro. No había unos árboles, un lago, un paisaje que invitase a la relajación. Un muro eran las vistas. Era un banco individual. Era imposible que más de dos personas compartieran ese pequeño, pero vital, espacio público.

Además del ya mencionado reposabrazos, una horrible pieza extra metálica dividía el espacio en dos. Un único banco, dos espacios, dos realidades, dos mundos. A simple vista, no invitaba a sentarse. No hablemos de tumbarse. Ni siquiera de caer víctima de un adolescente, aunque estas cosas no entienden de edad biológica, calentón. Tampoco era un escenario que llamase al debate con litrona, un clásico de los parques españoles. En pocas palabras, era un banco antipersona.

Un poco más allá, en la parada del autobús, puede observase una situación similar. Al banco de incomodo plástico, con sus separaciones correspondientes, se le une una especie de conjunto de tuberías cuya misión es que, básicamente, la espalda y el culo tengan un pequeño alivio ante la tardanza del transporte. Fenómeno que puede encontrarse en el metro de algunas ciudades como Madrid.

BODEGAS ROBLES - VINOS COMPROMETIDOS CON SU TIERRA

No invita a ninguna actividad que no sea esperar mirando alguna pantalla. Es cierto que, de momento, la lectura es posible. La literatura es difícil de sabotear, pero estos escenarios indican que no es tan complicado poner zancadillas a las relaciones personales mediante el arte de la arquitectura.

El colmo de la indecencia son unas estructuras que adornan algunas aceras en Barcelona, vamos a llamarlas "bolardos", con el fin de que no puedan dormir los sintecho. No es que sean feas a nivel estético, son feas a nivel humano. Debe dejarse para los investigadores y la ciencia el hecho de que, en una gran mayoría de casos, el color gris o el negro sean los protagonistas de este tipo de estructuras.

Es como si, poco a poco, la calle nos indicara que no somos bienvenidos. No nos recibe con los brazos abiertos para vernos, hablar, ni tomarla en caso preciso. Las ciudades se están convirtiendo en armas. Ciudades hostiles. Nos indican el punto exacto en que situarnos para toda acción del día a día.

La posición en que podemos o no podemos permanecer. El escenario en el que podemos estar un largo periodo de tiempo o el que debemos abandonar con prisas, sin reflexión. Como un acto reflejo. La incomodidad se ha plantado con fuerza en los planes de desarrollo de todo tipo de urbanidades.

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Llevan por bandera el que no nos reunamos, el que no nos preocupemos por la persona que se ha sentado a nuestro lado en el parque. Afortunadamente, quedan parques. Su insignia es la de alejar al pobre que sobrevive como puede.

El turismo es el gran dictador y un pobre hace feo, pardiez. José Mansilla, antropólogo en el Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano (OACU), definía el 18 de febrero de 2022 este tipo de incomodidades urbanas, impuestas a la ciudadanía, con las siguientes palabras: “persiguen modificar comportamientos sociales, es como un libro de instrucciones para el uso de la ciudad ”.

Unas instrucciones que hacen presagiar unas ciudades en las que vamos perdiendo nuestra autonomía para disfrutar de sus múltiples calles y avenidas. Los espacios verdes, bulevares y plazas están siendo tomados de manera silenciosa con oscuros propósitos.

Incluso las papeleras. Estas herramientas de sanidad e higiene están siendo posicionadas siempre cerca de un escenario que no esté relacionado con la acción de socializar o descansar durante un periodo prologando. “Tira el papel y sigue tu camino”, esa es la nueva política. Cada vez es más común por este motivo verlas situadas cerca de los semáforos.

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Estos obstáculos nos llevan al consumo. No es casualidad que haya múltiples terrazas y bares cerca de estas construcciones anticiudadanos. Una hostilidad directa hacia el más desfavorecido, su situación de exclusión social molesta a las cajas registradoras. RTVE ejemplificaba esta guerra silenciosa contra el pobre –que no contra la pobreza– mediante el caso de José, camionero que perdió su trabajo en 2017 y que vivió en la calle durante ocho meses.

Este hombre compartió con el medio público la siguiente estrategia dedicada a impedir que pudiese dormir en la calle: “Encendían los aspersores cuando nos echábamos en el parque y nos dejaban empapados”, declara. Adiós a una calle que pertenece a todos los ciudadanos, sin mirar cuenta corriente.

Estamos perdiendo los escenarios de reunión y debate, de paseo. Y no nos damos cuenta. El mensaje no puede ser más peligroso: mejor en casa. De casa al trabajo. Produce, ciudadano. Del trabajo a casa. No te distraigas, no pienses en esparcimientos, ni en lugares abiertos. Poco a poco, dejarán de pertenecerte.

CARLOS SERRANO MARTÍN

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