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Rainer Uphoff | Transporte público gratuito

Los abonos gratuitos de transporte público discriminan, nuevamente, los territorios no metropolitanos. Andalucía necesita una profunda reforma de la gestión y financiación del transporte público antes de regalar billetes de nula utilidad para la mayoría de la población.


La gratuidad entre personas es algo hermoso y profundamente humano. Las personas generosas tienen un carisma especial, especialmente cuando lo son con su tiempo, con su empatía y con su dedicación a los demás. La generosidad solo puede ser personal o comunitaria pero, por definición, nunca es institucional ni, mucho menos, estatal.

El Estado tiene siempre los gastos pagados –por nosotros, claro, con nuestros impuestos–. Y eso es aún más grave cuando los residentes de zonas rurales tenemos que pagar los billetes a los privilegiados ciudadanos (en materia de transporte público) de las áreas metropolitanas.

Diferentes Administraciones han sacado todo un galimatías de abonos de transporte gratuito o rebajados al 30, al 50 o al 70 por ciento, supuestamente, como medida social. Pero la confusión no termina ahí: para acceder a estos beneficios hay que cumplir un laberinto de reglas.

El colmo es el invento de la “fianza”: no para cubrir un eventual exceso de uso sino ¡por si el servicio se usa demasiado poco! Sin duda, esta medida nace de los rescoldos de un Estado autoritario, de una "funcionariocracia" que, como método, desconfía de su pueblo y no soporta los espacios libres de regulaciones. Typical spanish.

Estamos ante la copia española de un experimento que se llevó a cabo el verano pasado en Alemania: el acceso a todo el transporte publico regional y de cercanías del país salía por nueve euros al mes. El éxito fue rotundo: 52 millones de personas compraron el abono y algunas ciudades redujeron su tráfico rodado en más de un 10 por ciento.

¿Cuál fue la clave de semejante éxito? La sencillez, no el precio: toda la información del transporte público, todos los horarios del país disponibles en tiempo real en las principales aplicaciones de movilidad; todos los trenes, autobuses, metros o ferrys utilizables con el mismo billete digital.

Con lo fácil que habría sido una copia buena en España: 10 eurazos mensuales para un uso ilimitado del transporte público en todo el país. Sin fianzas, ni tornos de acceso, ni porcentajes variables, ni usos mínimos... En Alemania se criticó que los 3.000 millones que el Estado pagó a los operadores para poner más trenes y autobuses para absorber la demanda adicional habrían sido más útiles como inversión en obras de urgencia para mejorar la infraestructura ferroviaria y recuperar líneas de tren abandonadas. Si la oferta del transporte público es competitiva con el coche, se argumentó, la gente lo usa sin necesidad de regalar los billetes.

Aquí no se ha hecho ni lo uno ni lo otro: no se ha simplificado el uso del transporte público ni con abonos universales a nivel nacional ni se ha digitalizando la oferta para conocer siempre todos los horarios en tiempo real. Pero tampoco se ha empezado a afrontar la necesaria reforma profunda de gestión y financiación del transporte público no metropolitano, sin la cual no tiene ningún sentido reformar las tarifas.

En Alemania se lanzaron al experimento, sabiendo que en casi todo el territorio se garantiza un tren rural cada 60 minutos, hasta la medianoche, y con autobuses de conexión esperando en cada parada. Cuando Montilla, Huetor Tájar, La Roda, Aguilar de la Frontera, Dos Hermanas, Osuna, Iznalloz o Benahadux tengan tren cada hora, hablemos de tarifas. Regalarnos billetes para viajes que no están a nuestro alcance es otra tomadura de pelo más a los que vivimos en la España no metropolitana.

RAINER UPHOFF