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Rafael Soto | Alienados

Ha muerto la reina Isabel II, han subido los tipos de interés, el Betis le ha ganado al Helsinki, el sanchismo avanza en su deriva autoritaria, la luz está a 155,94 euros por megavatio hora, ha salido mi columna quincenal en las cabeceras de Andalucía Digital, el Partido Popular sigue más perdido que el barco del arroz, mierdas varias en el curro... Es jueves y acabo de cerrar la jornada laboral. Tarde intensa. Anochecer nublado.


Mi pareja me recoge hoy en coche, así que espero de pie al borde de la carretera. Le doy vueltas a varios asuntos y paso de una movida a otra sin centrarme en una idea concreta. Una agitación que me hace andar unos pasos de un lado a otro al borde de la carretera. Debo de parecer un yonqui o algo por el estilo.

Se me ocurre que, quizá, debería de aprovechar estos minutos de paz para reflexionar sobre algo productivo. Sin embargo, mis pensamientos siguen comportándose como las tórtolas hambrientas de los parques. De trozo en trozo, se alternan entre aquellas migas de pan o aquellos fragmentos de porquería informe.

Me frustra mi incapacidad para concentrarme y, harto, miro al frente. En ese instante, tomo conciencia de que estoy solo en medio de un silencioso campus externo, con las últimas luces del día luchando contra la densidad de las nubes. Estoy enfrente de un hospital, al otro lado de la carretera. A mi derecha, un autobús ilumina con sus focos una pseudoacacia rodeada de gramíneas y cardos amarillentos.

Observo el cielo, ignorante de tipos y píxeles. Una extensión de grises agónicos y continentes deformes. Una trivialidad cotidiana y que, sin embargo, desprende espectacularidad. En una suerte de meditación improvisada, me centro en disfrutar del momento presente. Un momento que es hermoso y que, como casi siempre pasa con lo bello, es frágil y efímero.

Se acerca el coche que espero y entro con torpeza. Dejo atrás el paisaje y me encierro en mis pensamientos. Me doy cuenta de que vivimos tan centrados en nuestras reflexiones, actos y agobios que, en ocasiones, perdemos de vista la belleza de lo cotidiano.

Se nos escurre la belleza entre los sesos y, en ocasiones, la claridad de pensamiento, patrimonio de los acertados. La infoxicación y el exceso de estímulos nos convierten en sonámbulos y, por tanto, en alienados. Un mal moderno de difícil solución.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
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