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Rafael Soto | Sin saludos a la romana

El día después de las elecciones en la Comunidad de Madrid está marcado por la extrañeza. Una sensación similar a cuando la Selección Española de Fútbol ganó el Mundial o, por el contrario, le tocó caer antes de tiempo. Salvo el día en que Vox entró en el Parlamento andaluz, lo cierto es que nunca he visto que la expresión “resaca electoral” tuviera tanto sentido. En especial, en la propia Comunidad.


Me acerqué a votar después del trabajo. En mi colegio electoral, la cola ocupaba el perímetro de más de media manzana. Cerca ya de la entrada, una señora mayor que andaba apoyada en muletas se acercó a un policía. “Con usted quería yo hablar”, le indicó al agente, que no tardó en acercarse.

“¿De verdad tengo que esperar toda esta cola?”, preguntó con voz lastimera mientras señalaba con una de las muletas a las personas que esperaban su turno. “Por supuesto que no, señora. ¡Venga conmigo!” le respondió el policía, muy bien dispuesto. Alrededor, había unas personas de mediana edad que intentaban colarse y que desistieron por la presencia policial.


Había ganas de votar. Había ganas de expresarse. Que yo haya vivido, no he visto nunca una jornada electoral con tanto ambiente. El proceso se desarrolló con tranquilidad, salvo el circo de FEMEN en el colegio electoral de Rocío Monasterio. Algunos fueron con la idea de vencer al comunismo. Otros, con la idea de parar al fascismo.

En cambio, no fueron pocos los que rumiaban en las colas los agravios del sanchismo a una Comunidad que ha sabido equilibrar salud y economía. Y si hay algo que ha demostrado la política en los últimos años es lo que une un agravio. Los madrileños han sido los apestados de la pandemia, señalados por un sanchismo que obviaba a propósito las proporciones relativas de otras zonas donde la gestión había sido mucho más nefasta. En especial, Navarra y Cataluña.

Tampoco fueron pocos los que recordaron las afirmaciones de precampaña de dirigentes del Partido Socialista y de Unidas Podemos, que señalaban a Madrid como poco menos que un paraíso fiscal. La negativa de Gabilondo a subir impuestos no era creíble. Tan poco como su deseo de regular el mercado del alquiler, que manifestó días después de que los dirigentes del PSOE estatal desecharan la idea, para frustración de Unidas Podemos.

La noche fue corta, y no por el toque de queda. La paliza de Ayuso a sus contrincantes se hacía manifiesta con menos del 50 por ciento escrutado. Ni siquiera iba a necesitar a Vox. Algunos no entendimos el hecho de que Casado diera un discurso antes que la candidata, y tan largo. Estuvo fuera de lugar. Incluso Vox, ese partido tan machista y retrógrado, dejó hablar a Monasterio antes que a su líder.

Sin embargo, como ya es costumbre, la nota la tuvo que dar otro Pablo, Iglesias en concreto. Tras lloriquear que su fracaso se había debido a que el mundo no lo comprendía y que todos eran muy malos, malísimos, –o tontos, tontísimos–, manifestó su deseo de abandonar todos sus cargos políticos. Y lo hace el día en que el partido fundado por su amigo, y ahora rival, Íñigo Errejón, hiciera en Madrid lo que él no pudo nunca: el sorpasso al PSOE. De la mano de Mónica García, eso sí, tras una campaña en la que demostró que Más País mantiene lo peor de Podemos: el feminismo descerebrado, las propuestas radicales vacías de contenido y la propaganda populista.

Como ya se ha indicado, el día después fue de resaca. De acuerdo con la propaganda pseudoprogresista, el fascismo había pasado. Los insultos, el mal perder, y la incomprensión a los madrileños por su elección recuerdan al ascenso de Vox en Andalucía. Autocrítica nula, empatía en extinción.

Para otros, se mantiene la calma y el orden. Un día normal, con muchas ganas de comentar los resultados... o muy pocas. Y un placer casi generalizado por la fuga de Iglesias, incluso, entre los votantes pseudoprogresistas. Tras la hiperventilación, no hay cambios significativos en el día a día.

Como todavía no me ha tocado la lotería, he tenido que ir a trabajar todos los días entresemana desde entonces, y admito que todavía no he tenido que saludar a la romana a nadie.

Como la Mahou, Ayuso solo gusta en Madrid, por más que para los medios generalistas, España se reduzca a la Meseta. Llevará a cabo políticas que gusten más, y otras que gusten menos. Como todo en democracia. Seguirá la tendencia privatizadora y seguirá el enfrentamiento con Sánchez, que el Kennedy español alimenta con placer en su orgía de agitación política.

Madrid Central ha caído, como no podía ser de otra manera. Eso sí, con el pecado original de que Almeida ha sido incapaz de proponer una alternativa. Pablo Iglesias ya no tiene cola para que se la agarren. Gabilondo y Franco han caído en desgracia ante su amo. En cuanto a Ciudadanos, que tanta paz lleve como descanso deja.

La pseudoizquierda española tiene ahora un problema, como refleja el hecho de que el primer movimiento ha sido mirar a Andalucía. Y también se la juega Casado, impotente en su mediocridad y en su incapacidad para limpiar la casa... En este sentido, tiene mucho que aprender de Sánchez. Al menos, él lo aparenta. La vida sigue igual.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO