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Carlos Serrano | El poeta invisible

Lorca no quiere ser encontrado. Desde donde solo él sabe llegar, sigue escribiendo. Es su manera de hacer un corte de mangas a los rifles y a las cadenas cobardes. Me lo dijo mientras yo pedía perdón. Me dirigí a él como maestro cuando, obviamente, por razones de nacimiento, no pudimos ni siquiera tomar un café o disfrutar de una cerveza bien fría mirando a la Alhambra. Cada vez que yo intentaba un verso, me disculpaba. La poesía, la literatura, en mi país perdió un poco de su magia, perdió oxígeno y sentido, cuando Federico cayó muerto al suelo.



No quiere ser encontrado en un país donde se echan de menos las oscuras manos que silenciaron su garganta. No es rencor. Para qué regresar de donde está, entre versos y vino, para volver a la salida. Mejor enterrado. Desde una torre de marfil, se comunica que quizás desaparezcan los esfuerzos de miles de españoles. Por el mantenimiento de los lujos del reino, la pensión es un lujo. Es dinero sagrado.

Una derecha cada vez más rancia, una izquierda que cree que la solución es insultar de manera más culta y gritar con más fuerza. Ahora mismo se emborrachan, para olvidar las caras con más poca vergüenza que parió madre alguna, toda una generación que no salió en ningún libro de literatura o historia, pero que pusieron sus prosas y sus versos al servicio de dejar en herencia una tierra mejor. De no agachar la cabeza y apretar los dientes.

Mientras Unamuno invita a rondas llorando su "venceréis, pero no convenceréis", se ríen ciertos fantasmas perdidos que, deambulando de bar en bar, gritan a voz en grito rasgado: "¿para esto perdimos una guerra?". Federico insiste en que lo llame por su nombre. Monta con ellos obras de teatro y revistas. Funda periódicos de titulares mudos y fotografías con pies de foto musicales. Hacen lo que les da la gana con los géneros. Hace tiempo que expulsaron a los banqueros y a los empresarios corruptos de las rotativas.

Siguen triunfando los mismos. Otras caras. Otros trajes. Otras melenas engominadas. Pero son ellos. Miguel Hernández prepara una sopa de cebolla bien caliente para tirársela a la cara cuando tenga ocasión. El miedo sigue siendo su cancerbero más eficaz. Todo aquello que inspire un ápice de cambio o presentar otra opción sobre la mesa será abolido de manera eficaz.

Un perfecto engranaje de represión sutil y censura. Es digno de elogio. Seguimos consumiendo el mismo producto de mierda, con envoltorio de flores. Lo llaman democracia. Seguimos tragando. "Para lograr eso hace falta talento: el más puro y puñetero talento", sentencia Buñuel mientras apura un cigarrillo.

Machado, Antonio, pilla una manta, mucho frio en Francia. Todavía recuerda su infancia en un patio con naranjos en Sevilla. Quiere dar clases, pero no encuentra alumnos dispuestos a expresar libremente su opinión por miedo a suspender si no ponen exactamente lo que dicta el malvado plan de estudios.

También fusilaron el perder el miedo a la capacidad de debate. El escuchar al otro. Contradecir siempre desde el máximo respeto a la persona. Suena ya a ciencia ficción. Es un yo gigante imponiéndose a otro yo gigante. No hay un lugar para un ellos o nosotros.

La jodienda reside en que desde que nos falta el último poeta se ha escrito mucho y mal. No se ha respondido nada. A mayor número de letras, no hay mayor información. Es un fallo muy común. Entre los que saben escribir y entre los que no tienen ni idea. No hace falta llenar titulares. Se ha construido un puente hacia el tesoro real al mayor ejército de piratas que se recuerda.

Lo más curioso es que ha sido el ejército defensor. Aunque mueran algunos aldeanos, ellos tendrán su buena bolsa de oro. No es mal negocio. Eso sí, les hubiese sido más fácil ir desde el primer día bajo la bandera negra con calavera. ¡¡Cuánto bello uniforme de soldado real nos hubiésemos ahorrado!!

Lorca apenas habla. Todas las líneas que no le dejaron volcar sobre papel en vida, las deposita delicadamente ahora. Nos pide que no gritemos tanto. Las musas tienen oídos delicados. Que no agotemos el vino. Es el único capricho que le queda. Rompió de pura rabia el piano por el trato persecutorio que sufre la cultura. Parece que fuera un criminal.

Deja la escritura. Federico está cansado. No quiere que la luz de la insensibilidad y de la falta de empatía, del sacar pecho por pisotear al prójimo, toque sus maltrechos huesos. De esconder tras bonitas palabras, la mayor de las puñaladas a la gente que necesitaba más que nunca que alguien diera un paso al frente y hablase por ellos. Ya son suficientes las balas.

CARLOS SERRANO
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