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Aureliano Sáinz | Practicanta

Cuando salgan estas líneas ya nos encontramos metidos en pleno verano, tiempo en el que se han acabado las clases y han finalizado los exámenes, no solo en los centros de Primaria y Secundaria, sino también en la Universidad, que es el ámbito en el que yo me muevo.



En el caso de quienes trabajamos en la Universidad, y tras los exámenes que se llevan a cabo en el mes de junio, hay que formar parte de los tribunales que evaluarán los TFG (Trabajos Fin de Grado) que tienen que realizar los estudiantes de cuarto curso, es decir, del último curso de carrera y que suponen la prueba final antes de que reciban su título universitario de Grado correspondiente.

Cada alumno tendrá un tutor o una tutora de ese trabajo y que será el que defenderá ante uno de los tribunales formados por tres profesores de la Facultad en la que se encuentra matriculado. En mi caso, en este curso he dirigido ocho trabajos de fin de Grado. Por otro lado, me correspondió presidir uno de la especialidad del Grado de Educación Primaria, tribunal en el que nos encontrábamos especialistas en Educación Artística, Educación Musical y Educación Física.

Lógicamente, antes de que se llevara la defensa oral por parte del alumnado, se nos envían por medios digitales los trabajos que tenemos que evaluar.

Cuando los recibo, una de mis preocupaciones, aparte de que sean buenas investigaciones, es que estén bien escritos, gramatical y literariamente, pues considero que el nivel con el que la mayoría los presenta, en esos dos aspectos, está por debajo del que deberían tener los titulados universitarios.

Y es que uno de los problemas que aparecen en sus textos, especialmente en mi Facultad, se corresponde con las dificultades que nacen al quererlos escribir en masculino y femenino, tal como una parte del profesorado (especialmente algunas profesoras) les insisten que lo hagan.

Sobre este tema suelo debatir bastante en clase, ya que les digo que una cosa es que ambos géneros se hagan visibles en el conjunto de la escritura, cuestión que defiendo, y otra es que constantemente tengan que aparecer en todos los párrafos, con el deterioro gramatical y literario del texto, conllevando además faltas de concordancia de los tiempos verbales que tan frecuentemente asoman en los trabajos.

Pues bien, este problema se volvía a repetir en la mayoría de los Trabajos Fin de Grado que presentó el alumnado de este curso al tribunal que yo presidía.

Dado que los miembros, tal como he apuntado, pertenecíamos a disciplinas distintas, por mi parte me centré, precisamente, en los aspectos formales y de redacción. De este modo, una vez que habían acabado la exposición, pasábamos a realizarles las preguntas que considerábamos nos parecían más adecuadas.

Tengo que indicar que los dos compañeros del tribunal fueron bastante cordiales en sus intervenciones, por lo que el ambiente en el que se desarrolló la defensa oral fue distendido. Por mi parte, suelo preguntar poniendo ejemplos concretos y gastar pequeñas bromas amables para que no se sientan intimidados.

De todos los que se expusieron, quisiera centrarme en uno de ellos, ya que comenzaba con un párrafo que representaba una excelente ocasión para poder explicarles con claridad los problemas que aparecen en la escritura cuando se quieren “feminizar” algunas palabras.

Se trataba del trabajo titulado “La coeducación en el fútbol”, en el que su autor abogaba por la promoción del fútbol femenino, defendiendo que las niñas no encontraran obstáculos en la participación en este deporte. Una vez terminada su exposición, fue felicitado por los dos miembros del tribunal que me antecedían por el interés que mostraba en este tema, al tiempo que le solicitaban algunas aclaraciones.

Cuando correspondió mi turno, previamente le indiqué que, personalmente, estaba de acuerdo con la promoción del fútbol entre las niñas y que también me sumaba a la felicitación de mis compañeros. “Sin embargo, Francisco, hay algo que quiero preguntarte; pero antes quiero leerte un párrafo que aparece al comienzo de tu trabajo”.

“En el mismo, y leo textualmente, tienes escrito lo siguiente: ‘El aumento de mujeres practicantas es mayor que el de hace un siglo, pero aún nos queda mucho que recorrer, y nosotros como docentes podemos influir mucho en ello…’. Pues bien, antes de realizarte la pregunta concreta quiero hacerte otra de tipo general”.

Hago una pequeña pausa y continúo. “No te inquietes ante la pregunta, pues sirve como motivo de la posterior explicación. ¿Sabes lo que es el participio de presente dentro de las normas gramaticales?”. Me mira extrañado, al tiempo que lentamente mueve la cabeza como forma de decirme que desconoce la respuesta.

“Te hago esta pregunta, que parece que se aleja de tu tema, porque considero que también en estos eventos se pueden aprender nuevas cosas”, le indiqué, con la intención de llevar a buen puerto la aclaración del significado de participio de presente.

“Bien, el denominado participio de presente se forma a partir de los gerundios de los verbos, de modo que una vez eliminado el sufijo del gerundio, o parte final del mismo, se pueden construir nuevas palabras que acaban siendo adjetivos o sustantivos”.

“Por ejemplo, como bien sabes, el gerundio del verbo ‘estudiar’ sería estudiando. Si le eliminamos sufijo, podemos construir una palabra como estudiante, que es un participio de presente. Otro ejemplo, si tomamos el verbo ‘cantar’, como gerundio obtendríamos cantante, del que podría salir el sustantivo cantante como participio de presente. Ahora bien, para aplicarlos a ambos géneros basta anteponer el artículo masculino (el cantante) o el femenino (la cantante). ¿Has comprendido bien el proceso?”.

Puesto que durante la explicación le he estado mirando fijamente a la cara, veo que me responde que sí, que ha entendido bien lo que le he indicado.

“Bueno, pues ahora viene la pregunta pendiente: ¿Es correcto decir, tal como lo tienes escrito, la palabra practicanta?”.

Veo que titubea, y que ahora no está muy seguro de que esté correcto lo que ha escrito. Pienso que duda si esa palabra tiene relación con aquella otra que tiempo atrás soltó un político cuando afirmó que ‘los miembros y las miembras’ de su partido tenían iguales derechos, o, peor aún y si mal no recuerdo, cuando Carmen Romero, profesora de Lengua y quien fuera mujer de Felipe González, tuvo un lapsus al decir ‘jóvenes y jóvenas’.

Por fin se decide: “Con la explicación que me ha dado, creo que esa palabra no es correcta”.

Sonrío, con cierta expresión de malicia, y le respondo: “La palabra que has escrito es parcialmente correcta. Se puede decir practicanta, tal como lo recoge el diccionario de la RAE, cuando se aplica a la persona que está capacitada para hacer operaciones de cirugía menor o realizar curas, es decir, el femenino de practicante como profesión. También se utiliza para las encargadas en las farmacias de la preparación y de despacho de los medicamentos; sin embargo, como adjetivo, tal como tú lo tienes escrito cuando, refiriéndote al fútbol, dices mujeres practicantas no es correcto, por lo que habría que decir mujeres practicantes”.

“Toda esta explicación tiene por finalidad que tanto tú como tus compañeros y compañeras que se encuentran en la sala veáis las dificultades que entraña el uso del femenino constantemente”. “Ah, por cierto, quisiera indicarte que además de practicanta hay ciertos casos en los que el participio de presente admite el femenino y los usamos con frecuencia, como son presidenta o dependienta, por indicarte un par de ellos”.

Como cierre de esta intervención, le reitero al alumno que defiende su trabajo, y al que le he realizado una pequeña encerrona, que la he realizado con el fin de que vea lo compleja que es la gramática de la lengua española, y para que sean todos conscientes que entrar a poner términos en masculino y femenino sin ton ni son es como crear “campos minados” en los textos, de modo que en el momento menos pensado te puede explotar una falta garrafal.

AURELIANO SÁINZ
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