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Juan Navarro | Gorriones

Los niños de una separación me parecen como los gorrioncillos: se siente desamparados y los padres tendrían que ser conscientes de lo que les ocurre. En la vida actual ya no nos extrañan los divorcios ni las separaciones. Generalmente, las parejas más jóvenes se separan, sin más. Si hay hijos de por medio, pues se les pasa la pensión y nadie piensa en ese hijo que queda desarraigado del cariño del padre o de la madre. A ese tema parece que nadie le da importancia.



El niño se queda generalmente con la madre; en pocas ocasiones con el padre. Nadie se ha parado a pensar en esa criaturita que, sin saberlo, sin entenderlo y sin tener nada de culpa de la situación, se queda sin el padre y ve con el paso del tiempo que el sitio del padre es ocupado por otra persona que, aunque se encariñe con ella, no es como su padre, y más para esos niños que desde bien pequeños han tenido la figura del padre como un ídolo.

Yo conozco a un niño que, con dos añitos, sus padres se separaron. Este niño tiene ya ocho años y aun no entiende lo ocurrido. Sus padres no se entendían. Para mí que los dos tienen la culpa pues, en la vida, hay que dialogar y pensar un poco más en la criaturita que dejan casi desamparada del cariño del padre. Esto no lo asimila un niño tan pequeñito, por mucho psicólogo y por muchas ayudas técnicas que le den.

Y no hablemos ya de la mujer, la segunda mujer de su padre. Vamos, la madrasta. Muchas, al principio, comienzan con un cariño que el niño en ese momento lo asimila, pero los niños no son tontos y se dan cuenta de todo con el tiempo.

Entramos en el tema de la llegada de nuevos hermanos. Entonces la madrastra, al tener sus propios hijos, comienza a pasar de dar cariño al niño de su esposo. Vamos, pasa de él como si nada, no le hace ni puñetero caso. Él se da cuenta, dentro de su corto entendimiento de que ese cariño no es real, que todo es ficticio. La cosa ha cambiado y él está de más en esa familia.

Su madrastra ya no le hace carantoñas, ni mimos, y entonces él cambia de actitud y se escuda. Comienza a ignorar a la madrastra y la rehúye, pues le ha perdido toda la confianza que él tenía depositada en ella y, por añadido, comienza a distanciarse del padre y a no querer nada con él.

Se refugia en su madre, que es la que está con él ahora siempre. Él no entiende cómo sus padres se llevan bien pero no viven juntos. No lo entiende y no lo sabe asimilar. Comienzan los despistes en el colegio, no presta la suficiente atención y se lleva mal con todos los que le quieren porque él nota la falta de su padre. No lo puede remediar. A partir de aquí comienzan las visitas al psicólogo, visitas que le hacen bien pero que a él no le sacan de que su padre no esté, que es lo que él quisiera.

Con el tiempo, todo su entorno se da cuenta de que al niño hay que prestarle más atención. La madrastra parece que cambia un poco, está más receptiva hacia el niño. Entonces el niño comienza a darse cuenta, se acerca más a su padre y a sus hermanos, y parece que la cosa comienza a funcionar. El niño se siente más a gusto, que al fin y al cabo es lo que importa.

JUAN NAVARRO COMINO
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