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Andrés Trapiello: “En El Rastro vamos buscando lo que no encontramos y nos llevamos lo que no necesitamos”

Autor de poesía, novela y ensayo, Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) ha escrito, a lo largo de cuarenta años, El Rastro, el lugar donde “la gente va, aunque no lo sepa, a buscar su pasado”.



—Cuarenta años visitando el Rastro, antes de las ocho de la mañana y en ayunas. Dime qué has buscado durante tantos años y nunca encontraste.

—La inmortalidad. En realidad, lo que se va buscando es un imposible. Y por eso acudes cada mañana con la ilusión de que lo vas a encontrar. Y en este caso es algo que justifique toda la vida y que le dé sentido a toda la vida.

—¿Has logrado por fin dilucidar qué encontramos en las cosas viejas que no nos ofrecen las nuevas?

—Sí. Básicamente es el futuro. Las nuevas están mucho más confundidas con el presente como para ver el futuro. El pasado tiene mucho más claro el futuro que el presente.

—En tu libro aparecen no solo objetos, sino también esas personas que le dan vida, que te conocen y saludan cuando paseas.

—Quizá para mí es lo más gratificante del Rastro: la vida, mucho más que encontrar cosas.

—Tierno Galván redujo las calles del Rastro y lo limitó al domingo. ¿La reforma ayudó a su conservación o le cambió el carácter?

—La reforma de Tierno confirmó algo que todos veíamos. Y es que España había cambiado y que era otra más pequeña, más próspera y más jovial.

—Entre los objetos curiosos que encontraste se encuentra un libro de Cernuda que te costó un euro.

—Era una primera edición de Cernuda. No he encontrado otras cosas más singulares. Una de las que yo más valoro es la primera edición de La Fontana de Oro de Pérez Galdós dedicada por Pérez Galdós de su puño y letra a su amigo, el carlista José María de Pereda.

—Dices que siempre buscamos aquello que ya hemos encontrado.

—Sí. El Rastro es una emoción muy rara, porque buscamos lo que no encontramos, nos llevamos lo que no necesitamos. Sin embargo, lo que encontramos al final es parte fundamental de nuestra vida.

—El Rastro, supongo, tendrá sus leyes no escritas de compra.

—Sí. Y hay que ser muy riguroso con esas leyes. Y no hay que saltárselas. Y son las leyes verdaderas. Son las no escritas, que son las de verdad, la de la palabra dada y la del honor.

—No te consideras bibliófilo, ¿pero el libro es el objeto que más valoras de este mercado?

—Es el que más he buscado. Los papeles, ¿no? Yo soy un hombre de papeles, de papeles viejos. Pero no es lo que más valoro. Más que los papeles, valoro la vida.

—Dices también que una de las razones por las que la gente se acerca a este lugar es para reencontrarse con su infancia.

—Sí. Porque tiene la sospecha de que aquello que perdió, la infancia, va a aparecer en cualquier momento. Y con ello, el enigma resuelto de su propia vida.

—Al igual que con la prensa escrita, ¿Internet es competencia para el Rastro?

—En cierto modo, sí. Pero Internet no es ni mucho menos la mitad del Rastro. En Internet, tú buscas. Tienes que buscar siempre, si no, no encuentras. En el Rastro encuentras aunque no busques.

—Poco se ha escrito del Rastro, salvo Gómez de la Serna. Poco se ha cantado, salvo Patxi Andión, Sabina y alguno más. ¿Por qué?

—No es exactamente así. Al Rastro lo ha cantado y lo ha filmado mucha gente. Lo que pasa es que queda un poco más solapado, como las propias casas del Rastro, que están un poco confusas. Pero sí se han hecho cosas estupendas. Podríamos tirar de sainetes, de zarzuelas. Olga Ramos tiene un cuplé estupendo. Hay más de lo que parece.

—El Rastro ha dado origen a dos palabras: barriobajero y rastrero. Pero con una lectura negativa.

—No siempre fue así. El origen de las dos palabras es al contrario. No tenían la significación inicua que hoy les damos. Al contrario, barriobajero y rastrero, en su origen, principios del siglo XIX, eran sinónimo de valentía y de desinterés, y de generosidad, y de heroísmo. Porque los principales soldados contra la afrancesada eran barriobajeros y rastreros.

—El Rastro es uno de los mercados ambulantes más antiguos del mundo. ¿Qué otro le hace competencia?

—En fama, sin duda, las Pulgas de París. Pero en carácter no creo que las Pulgas de París tenga el carácter y el sabor que tiene el nuestro.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO