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Pablo Poó | Y ahora, ¿qué?

Ya pasó el revuelo creado por la Carta a mis alumnos suspensos. Y ahora, ¿qué? La educación no es una moda pasajera o un fenómeno viral de las redes sociales: es una cotidianeidad, una realidad que viven a día sus hijos, que acuden a los centros de enseñanza de nuestro país; ustedes, sus familias, que sufren como víctimas colaterales el deterioro progresivo del sistema educativo de nuestro país y nosotros, los miles de docentes que día a día lidiamos (enseñamos) en proporción treinta y pico a uno a los adolescentes patrios.



Me resulta especialmente sintomático que un mensaje tan básico como el que lanzaba en el vídeo, en el que solo resaltaba el valor del esfuerzo en nuestra formación como adultos y animaba a mis alumnos a dar lo mejor de sí, haya calado tanto en nuestra sociedad, cuando se cae por su propio peso de obvio. Pero, al parecer, los intereses relativos a la formación de nuestros jóvenes van por otros derroteros. No le veo otra explicación.

O nos implicamos en los cuatro pilares que sustentan el sistema educativo o el barco se nos hunde definitivamente. Claro que, a veces, pienso que sería bueno tocar fondo para empezar a remontar el vuelo de una maldita vez.

Familias, son ustedes el complemento imprescindible para nuestra labor docente. Si su hijo ha suspendido tres o cuatro asignaturas, las que sean, no pueden regalarle una videoconsola en Navidad: están creando adolescentes indolentes que creen que lo merecen todo por el simple hecho de ser ellos.

En clase se ven reflejados en ocasiones los comportamientos adquiridos en casa: si usted no hace que su hijo ponga la mesa, poco puedo hacer yo para que me entregue aquello que le pido. No dudo de que sus hijos sean personas maravillosas, pero tengan en cuenta que su manera de actuar es distinta en clase y en casa.

En el instituto forman parte de un grupo y, dentro del mismo, desarrollan un rol que no tiene por qué ser el de hijo ejemplar al que les tienen acostumbrados. Créannos: no somos el enemigo; trabajamos para que sus hijos tengan el mejor de los futuros posibles. Vengan a las tutorías, conozcan de primera mano el rendimiento académico de sus hijos, involúcrense. Si vamos a una, la mitad del camino está recorrido.



Políticos, ¿se han decidido ya a contar con docentes en activo para la redacción de las leyes educativas? El tan manoseado “Pacto por la Educación” no sirve para nada si los pactantes no han dado una clase en su vida. Bajen a la realidad, salgan de su burbuja y conozcan a pie de aula cómo se trabaja y cómo se estudia en los institutos de Secundaria de este país. También a los conflictivos, a ellos acudan en primer lugar, si es que su agenda se lo permite.

Compañeros, no perdamos la ilusión. Este trabajo es una putada en muchas ocasiones: frustraciones, vivir lejos de la familia, soportar la apatía y la mala educación de nuestros alumnos, la escasa valoración social… Pero te regala momentos maravillosos que superan con creces los desencantos del día a día.

Tenemos la suerte de dedicarnos al mejor trabajo del mundo. El que no quiera ejercerlo bien, que se vaya. Hay muchísimos docentes en paro con todas las ganas que le faltan a esos garbanzos negros que todos conocemos.

Chavales, jóvenes: espabilad o la vida os comerá con patatas fritas. Ahí fuera hay una verdadera jungla donde reina el principio del "sálvese quien pueda". O llegamos preparados, o empezamos mal la carrera de la vida adulta.

PABLO POÓ GALLARDO